miércoles, 24 de enero de 2018

Otra conjetura, otras causas










Otra conjetura, otras causas


Por Viviana Claudia Ackerman




Jorge Luis Borges,
escritor argentino, 
fallecido el 14 de junio de 1986
en su lecho en Ginebra,
piensa o sueña antes de morir:





¿Qué trama es ésta, del será, del es y del fue? ¿Qué río es éste, por el cual corre el Ganges? ¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible? Los ponientes y las generaciones que engendraron a Hengist, a Muraña y a Abramowicz fueron necesarios para que yo, esta fugacidad, sea Borges. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. No hay principio en lo causado, no hay fuga del azar (que otros llaman destino). Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas.





Los días y las noches están entretejidos de memoria y de miedo; los días y ninguno fue el primero. En su cielo basta el amor de los que aman, basta la frescura del agua en la garganta de la sed, basta la frescura del agua en la garganta de Adán.





Veo el populoso mar, veo el alba y la tarde, veo las muchedumbres de América (tómame de la mano, Walt Whitman), veo el ordenado Paraíso, que otros llamamos la Biblioteca. Veo el Aleph, desde todos los puntos, veo en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra. Veo el ojo descifrando la tiniebla.





Veo la circulación de mi oscura sangre, veo el engranaje del amor y la modificación de la muerte, veo el amor de los lobos en el alba.




El azar ha jugado a las simetrías, al contraste, a la digresión. Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Yo estoy destinado a perderme en la palabra, el hexámetro, el espejo.





Oh tiempo tus pirámides. La biblioteca es ilimitada y periódica. La Biblioteca existe ab aeterno. El número de signos ortográficos es veinticinco. La Torre de Babel y la soberbia.





Cuento los días como me enseñaron mis mayores. Yo, Eudoro Acevedo, yo, Johannes Dahlmann, yo, Alejandro Ferri, soy el poeta del tiempo. La luna de las noches no es la luna que vio el primer Adán. Para algunos era el disco que hacía girar su mundo hasta los confines y más allá: la luna que miraban los caldeos.





Las filas de tortugas en el tiempo, las luciérnagas de una sola tarde, las dinastías de las araucarias, las arenas innúmeras del Ganges. las perfiladas letras de un volumen que la noche no borra, son sin duda no menos personales y enigmáticas que yo, que las confundo.





Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña son Scharazada y Schariar que, arrebatados por el tumulto de anteriores magias, no saben quiénes son. Yo tampoco soy; soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie.





La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, las manzanas de oro de las islas, quieren decirnos algo.





La primera letra del Nombre ha sido articulada en los pasos del errante laberinto.





Mi alimento es todas las cosas. El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo, el infinito lienzo de Penélope, las doce irreparables campanadas, el oro del principio, el tiempo circular de los estoicos.




Cómo puede morir una mujer o un hombre o un niño, que ha sido tantas primaveras y tantas hojas, tantos libros y tantos pájaros y tantas mañanas y noches. Soy una región del Irak o del Asia Menor. Soy una moneda custodiada por un grifo. Soy el denario inagotable de Isaac Laquedeem, el florín irreversible de Leopold Bloom, la moneda en la boca del que ha muerto.





En el pasado, que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte, ultrajada la carne por la espada de Hamlet, muere un rey de Dinamarca. El peso de la espada en la balanza.





El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado. Cada gota de agua en la clepsidra.





Iré más lejos que los bogavantes de Ulises a la región del sueño, inaccesible a la memoria humana. Tornaré a recordar las águilas, los fastos, las legiones.





Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: César en la mañana de Farsalia.





Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos. La sombra de las cruces en la tierra.





Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten. El ajedrez y el álgebra del persa.





Loada sea la misericordia de Quien me prodiga el animoso destierro, que es acaso la forma fundamental del destino argentino. Los rastros de las largas migraciones.





El hombre (Alonso Quijano) se despierta de un incierto sueño de alfanjes y de campo llano. Se lanza a la conquista de reinos por la espada.





¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento y antiguo ser que roe los pilares de la tierra? ¿Quién es el mar, quién soy? Hoy lo sabré. Hoy es el día. Me serán dados la brújula incesante. El mar abierto.




Un sabor difiere de otro sabor, diez minutos de dolor físico no equivalen a diez minutos de álgebra. Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río. Soy el eco del reloj en la memoria.





El alivio que habrá sentido Carlos Primero al ver el alba en el cristal y pensar: hoy es el día del patíbulo. Veo tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos; veo el rey ajusticiado por el hacha.





Eres los otros cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos. Eres el polvo indescifrable que fue Shakespeare. El polvo incalculable que fue ejércitos.





Quizá nunca te oí, pero a mi vida se une tu vida, inseparablemente. El Marino te apodaba sirena de los bosques. El agareno te soñó arrebatado por el éxtasis. La voz del ruiseñor en Dinamarca.





Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, la escrupulosa línea del calígrafo.





¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado el espejo en que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. El rostro del suicida en el espejo.





El dinero es un repertorio de futuros posibles. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro; es un Proteo más versátil que el de la isla de Pharos. Es tiempo imprevisible. El naipe del tahúr. El oro ávido.




No habrá una cosa que no sea una nube. Lo son las catedrales de vasta piedra y bíblicos cristales que el tiempo allanará. La numerosa nube que se deshace en el poniente es nuestra imagen. Eres nube, eres mar, eres olvido. Eres las modificaciones de la nube. Eres también aquello que has perdido. Eres las formas de la nube en el desierto.





Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Les dejo cada arabesco del calidoscopio.




He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Cada remordimiento y cada lágrima.





Mío es ahora el singular sabor de la muerte, a nadie negado. Veo el gran árbol de las causas y de los ramificados efectos; en sus hojas están Roma y Caldea y lo que ven las caras de Jano. El universo es uno de sus nombres. Nadie lo ha visto nunca y ningún hombre puede ver otra cosa.





Alabada sea la infinita urdimbre de los efectos y las causas. Se precisaron todas esas cosas para que nuestras manos se encontraran, para que Paolo y Francesca descubrieran el único tesoro, para que mis libros (que no saben que yo existo) sean tan parte de mí como este rostro.





Ahora, en Ginebra, sé que he de morir. Siento, como otras veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño. Viviré y creceré como una música. (También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.)





Hoy, 14 de junio de 1986, yo, que tantos hombres he sido, yo, ignorante de tantas cosas, agradezco a mis númenes esta revelación de una muerte en la que entro como en una fiesta.”






Publicado en Proa, agosto de 1999

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