miércoles, 24 de enero de 2018

Acerca de la relación de Borges y Dios






Acerca de la relación de Borges y Dios







Amigos: algunos (cuando aún estaba en Facebook) me han hecho comentarios elogiosos y empáticos acerca de la afirmación de que para Borges Dios es un personaje de la literatura fantástica. Otros, en cambio, manifestaron ciertos reparos o discrepancias, argumentando que en Borges cabe leer un aspecto religioso.




Ante todo, quiero citar las palabras en las que me basé: “En efecto, ¿qué son los prodigios de Wells o de Edgar Allan Poe -una flor que nos llega del porvenir, un muerto sometido a la hipnosis- confrontados con la invención de Dios, con la teoría laboriosa de un ser que de algún modo es tres y que solitariamente perdura fuera del tiempo? (Leslie D. Weatherhead, After death, Discusión).




Cuando nos referimos a la relación de Borges con Dios, lo primero que se impone es la discriminación entre Borges autor (es decir la persona, el señor Borges y sus circunstancias) y Borges sujeto textual, o más sencillamente, Borges escritor.




El autor siempre se declaró agnóstico, es decir, que no se pronuncia. A-gnosis, es decir no conocimiento, aplicado a la divinidad, significa que el sujeto no sabe, no se pronuncia, y en ese no pronunciarse se alberga una duda. Muchos confunden agnosticismo con ateísmo, pero bien sabemos que no son lo mismo. Y Borges jamás se reclamó ateo.




Por ende, en el autor cabe ubicar una duda respecto de la existencia de Dios y de su creencia en lo absoluto.




Por el lado del sujeto textual, en su escritura se dejan leer variadas posiciones que corresponden a la "discordia íntima de su suerte", como él afirma, es decir a un sujeto textual contradictorio, en pugna permanente consigo mismo.




Veamos el aspecto lúdico-fantástico. Por ejemplo, en “Tres versiones de Judas”, Borges pone en escena a un teólogo ficticio, Runeberg, quien postuló que Jesucristo es Judas: Jesucristo decidió rebajarse a la traición y al abuso de confianza, fue también Judas y decidió caer en la mayor bajeza, lo cual era absolutamente necesario, a los ojos de Runeberg, para la “economía de la redención”. O sea que Borges está inventando una ficción, está jugando con problemas de índole teológica, como lo hace también en “La secta del Fénix” o en “Los teólogos”. Esto condice con su afirmaciòn acerca de la teología como una rama de la literatura fantástica.




En el video posteado sobre Borges y Dios, yo sostengo que a Borges le hubiera gustado tener una experiencia mística, que no tuvo, y que la construcción del Aleph como artificio ficcional y de la serie de los artificios congéneres (el zahir, la escritura del Dios, la palabra islandesa undr, la memoria de Funes, la biblioteca de Babel y otros más) son un intento de restituir, en la ficción, una divinidad absoluta que para él no existe y que por ende deja al sujeto en un total desamparo.

Podemos leer en Borges una nostalgia de lo que no tuvo, y por ello mismo el propio Borges, en su Aleph, se pone a sí mismo en serie con el profeta Ezequiel, con Alanus de Insulis y con Attar el persa, poeta místico. Su propia inclusión en un conjunto de místicos ya puede y debe ser leída, a mi juicio, como una voluntad de pertenecer a ese conjunto, como un deseo irrealizado, salvo en el terreno de la ficción.

Por otra parte, es cierto que en muchos escritos, como por ejemplo el poema en prosa “El palacio” incluido en El oro de los tigres, se lee con claridad una verdadera creencia en lo absoluto. Lo mismo puede afirmarse respecto del poema “Ajedrez”, o de “El Gólem”, para dar un par de ejemplos de los tantos que hay.

Esta duda a la que me referí más arriba, este pendular entre existe Dios y no existe Dios, propicia lecturas diversas originadas en las contradicciones internas del sujeto Borges. Diversas, además, por distintos motivos: algunos lectores ven en Borges a un creyente inconfesado, otros a un agnóstico, otros, a un ateo... Muchas veces, los lectores o los críticos, que son lectores profesionales, proyectan su propia relación o no relación con Dios, de modo que suele suceder que los creyentes tienden a ver a un Borges creyente, los ateos un ateo y los agnósticos un agnóstico. No es fácil obturar toda identificación con el sujeto textual, como tampoco con el autor.

Yo sostengo que para Borges, como él lo declara en Discusión ("Leslie Weatherhaed, After death"), Dios es un personaje de la literatura fantástica. Esta aseveración es totalmente cierta, pero parcial, si recordamos su permanente contradicción consigo mismo. Incompleta, porque en su propia duda hay una nostalgia o apetito de la creencia en Dios o en un ser absoluto y trascendente.

Detengámonos en este punto a fin de discriminar la religión del campo de la espiritualidad. Espiritualidad y religión no son lo mismo en la medida en que la religión es una realidad humana muy compleja, que parte de lo espiritual, pero que está atravesada por lo institucional, lo político, lo social, el poder, etc. Mientras que la espiritualidad, en cambio, es esa dimensión humana que tiende a y anhela un contacto con lo trascendental y absoluto, más allá de los dogmas, de las iglesias, de los ministros de Dios. Por eso mismo, tal vez, cuando Borges se declara agnóstico, conjeturo, a partir de su conocido anarquismo spenceriano, tal vez le disgustaba el alineamiento en una religión "regimentada", y acaso su espiritualidad, su sensibilidad frente a la existencia de un ser superior, una potencia superior o una instancia trascendente, se vio empañada, sigo conjeturando, por la mediación de la religión.

La espiritualidad borgeana es muy spinoziana, como me hizo ver una gran amiga mía, que me escribió un interesante mail al respecto. Afirma mi amiga que “es imposible no creer en Dios cuando nos enfrentamos al misterio de la existencia. Por eso coincido con el gran Baruj: deus sive natura. Naturaleza como pura fuerza inmanente”. Y no es descaminado conjeturar que es así como Borges se relacionaba con lo trascendente; como dice Spinoza, todo es Dios y todo está en Dios: el panteísmo. Por otro lado, para mí, en la teología, Borges realmente encuentra fantasía y narratividad.

En todo caso, dejando de lado la distinción entre espiritualidad y religión, a mi modo no me olvidé de esta última cuando hablo de la nostalgia y por consiguiente de la tristeza de no haber tenido la felicidad de un Ezequiel o de un Alanus de Insulis o incluso de un Tzinacán, el sacerdote que descifra finalmente la escritura del dios, de un dios precolombino, y que habría podido ser libre, feliz y poderoso pero renunció a todo. Tzinacán no quiso pronunciar la sentencia sagrada porque el contacto con Dios fue lo máximo que le podía suceder.

Recapitulando, en Borges está la idea o la convicción de la teología como literatura fantástica, lo cual no impide que albergue en su fuero interno la duda entre la creencia y la no creencia, el cuestionamiento de la religión establecida, la espiritualidad y la restitución, a través de la estrategia ficcional, de la experiencia mística.

3 comentarios:

Salomon Touson dijo...

Me interesa el tema , me parece muy bueno tu aproximación. Solo diría que Borges utiliza la teología y no que la considera una forma de literatura fantástica.
Este permiso que se da Borges para abordar temas tan esenciales, sin necesitar descalificarlos, es lo que amplía nuestro horizonte y nos enriquece. Gracias por hacerme pensar. Salomón

Unknown dijo...

Como Salomón Touson agradezco que me hagas pensar y consecuentemente, prestar atención al leer a Borges. Sns María

Viviana Claudia Ackerman dijo...

Hola, estimados lectores. Me complace que el escrito haya sido estimulante. Sin duda el tema de la relación de Borges con lo divino es muy complejo. En cuanto a la lectura de la teología como literatura fantástica, es una afirmación del propio Borges. Está presente en muchos lugares, pero los remito a Leslie D. Weatherhead, After dead, incluido en las Notas de Discusión. Allí se lee esta aseveración, con otras palabras, desde luego, de modo inequívoco. Pero insisto: es una de las hebras de la cuestión. Gracias por su interés. Viviana Claudia

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